Río Bogotá
Pensar en la vida sin agua, es absurdo.
Sin lugar a dudas el agua es nuestro recurso más importante ya que dependemos totalmente de ella y es la base de toda la realidad sobre nuestro mundo tal y como lo conocemos. De ella depende toda nuestra industria, todos nuestros cultivos y hasta los caprichos más inútiles, que son propiedad de entidades públicas y privadas donde nosotros somos simples consumidores. El agua es la que hizo y hace posible la vida.
Sin embargo, el agua en la actualidad parece ser víctima del capitalismo, imperialismo y consumismo que nos alberga y contamina. Como sociedad no hemos evolucionado y esto se evidencia en nuestra propia falta de cultura que es la base de nuestro comportamiento. Comportamientos absurdos que nos hacen cada vez más consumidores de productos inútiles allegados a lo que la contemporaneidad llama moda, la cual parece ser una preocupación para el hombre de hoy, que no es conforme y se convierte en un consumidor precoz y ciego. En este corto ensayo veremos cómo estos problemas y algunos más, afectan directamente el recurso del agua ejemplificado con el río Bogotá.
El río Bogotá tiene su nacimiento en una vereda del municipio de Villapinzón, el cual está ubicado hacia el norte de Bogotá en la frontera entre Cundinamarca y Boyacá. Allí donde nace el río, también comienzan los problemas.
Los majestuosos paisajes que ofrece el páramo donde se ubica el nacimiento de este río, llenos de múltiples colores, donde las plantas nativas retienen tanta agua que simplemente tienen que derramarla por sus hojas y donde frailejones gigantes y musgo de varios colores rodean la laguna de Guacheneque llena de agua pura. Esta laguna que es la creadora del extenso río Bogotá ya es víctima de políticas, ya que a metros fue instalada una plataforma para que visitantes puedan ver los bellos paisajes de una mejor manera afectando su posible crecimiento, interrumpiendo sus propios límites. A través de los kilómetros de páramo fue atravesado un camino para que carros y personas puedan dirigirse a otras veradas y municipios dejando a su paso huellas en forma de basura.
Baja por este camino hasta el casco urbano del municipio de Villapinzón, donde el agua ya tiene forma de río y al mismo tiempo hay más rastro de humanos, es decir, más basura en el río, donde todas las casas le dan la espalda como si este no importara en lo más mínimo, donde todos saben que está ahí pero lo ignoran o arrojan basura en él al pasar por los tres distintos puentes que tiene el pueblo, desde los que se contamina más. Y es que estos puentes no fueron construidos para ver cómo va el río, sino para pasar sobre él, para que el pueblo pueda crecer más y pueda tener más industria que es lo que realmente afecta al río. Esta creación de fábricas dentro del pueblo también creó distintos canales para arrojar la basura y desechos que contaminan de una manera absurda al río, que hace que el agua no sea consumible y por esto la población ve el río con lástima y conformismo, conformismo que ocasiona que no se haga nada al respecto y que a los ojos de la población sea un botadero en forma de río. Al fin de cuentas todos ven el rio contaminado pero a todos les llega agua potable a la casa.
La contaminación de este río es proporcional al número de población y aunque sale de este pueblo manchado de consumismo en forma de etiquetas y demás, sobrevive y sigue su camino, hacia el municipio de Chocontá. Antes de llegar a este municipio, se ve plagado de fábricas que contaminan con desechos bastantes tóxicos que hacen que tenga un color negro, tan negro que podemos vernos reflejado en él, un reflejo bastante crítico como si el río nos dijese que nosotros somos los culpables, como si el río nos dijese la verdad.
Sin embargo el río sigue su vasto camino hasta donde toma un respiro en el salto de Tequendama acercándose cada vez más a su muerte. El escenario es peor, el río está mucho más contaminado y el oxígeno generado en su caída no es suficiente y en la culminación de este salto sigue su camino ya casi sin vida. Luego de este precario escenario, en la ciudad de Girardot, donde el río desemboca en el río Magdalena, llega totalmente negro, manchado de lo que somos, manchados de nosotros, manchado de lo que hacemos y de lo que queremos. El escenario es aterrador, ni siquiera se puede respirar, ni siquiera se puede vivir.
Sin embargo, en las laderas del río hay rastros de vegetación viva, como si esta nos dijese que aún hay esperanza, pero es una esperanza casi utópica ya que descontaminar el río Bogotá es sumamente costoso, además, si se descontamina, no significa que luego no se pueda volver a contaminar.
El río es lo que somos. Nosotros nacemos puros, pero a través del tiempo nos vamos contaminando por la sociedad, las políticas e ideologías que realmente no importan, y cuando ya casi morimos, somos un ser repugnante y sucio que todo mundo sabe que existe pero no lo tiene en cuenta, lo ven como si no fuese humano sino como una babosa de esas que todo el mundo odia porque el camino que va recorriendo, lo va manchando.
Siempre he sostenido que el amor entre dos personas es estúpido porque cada quien es independiente y puede vivir sin las personas que dice querer y amar. Sin embargo es diferente con el agua, porque somos totalmente dependientes de ella, aun así la tratamos como a un insecto dentro nuestra casa, lo pisoteamos con repudio y asco, y no nos importa seguir haciéndolo.
La solución parece simple, porque lo único que debemos hacer es aprender a amar el agua. Sin embargo la sociedad tiene otras preocupaciones como ser mejor que otros, pero vale la pena definir ese mejor, ya que en esta pútrida sociedad, ser mejor es el que tiene más poder y dinero. Cuando realmente una mejor persona debería ser aquel o aquella que cuida y valora lo que en realidad importa, y dentro de las tantas cosas que realmente importan, esta nuestra creadora e indispensable agua.
Wilmer Hernandez García, 29 Julio – 2015, Villapinzón
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